viernes, 5 de abril de 2013



... y fue entonces que, sentado a la orilla de aquel adamantino arroyo, el bosque todo comenzó a hablarme de ella.

El viento cantaba la infinita terneza de su más tenue tacto, en tanto que la suave luz de la fresca y serena mañana, alegre retrato era de la inefable calidez de su siempre cariñosa sonrisa y, la mirífica majestad del azul cielo, su límpida y benévola mirada esbozaba.

Y así, árboles y animalitos, flores y hasta el arroyo mismo, de tan agraciado ser, los dones en exorno, agradecidos revelaban, sumergiéndome por completo en una plácida y mélica marea de feéricas virtudes... allá, los robustos árboles que a tantas pequeñas existencias brindan abrigo, me contaron sobre la cordialidad y amparo que, para quienes le rodean, invariable y perennemente tiene; los armoniosos vuelos de las delicadas mariposas describían vivamente la grácil naturalidad y sencillez de sus dulces maneras y gestos; y el sentir la lene caricia del viento fue escuchar el apacible tintineo de sus afables palabras, a cuyo influjo los amaneceres se suceden, henchidas de magia y profunda compasión, capaces de operar prodigios y conmover hasta los más duros corazones.

En fin, que el perfume de las flores y ellas mismas no eran sino la esencia pura de su corazón viviente y radiantemente gozoso, a la vez que la luna se revestía del inmaculado albor de su fulgente alma...

Repentinamente, un terrible y hondo temor hizo presa de mí, al pensar en la desesperante y aciaga imposibilidad de alguna vez hallarla... temor que devino insostenible a la postre.

... ahora sé que es una linda y pequeña elfo de orejitas redondas.