jueves, 15 de septiembre de 2011

el alma

Conviene aclarar desde un principio que alma y espíritu no son lo mismo y, de la misma manera que Sol y Luna se pueden diferenciar a simple vista, así es necesario que se distinga al alma del espíritu.

El utilizar al Sol y a la Luna como analogía no es arbitrario y, más adelante, veremos el por qué; ahora, por el momento, interesa hacer otras precisiones para poder entrar en materia.

La Gran Obra de Creación, según la Tradición, se 'divide' en cuatro mundos: el de la Emanación, el de la Creación, el de la Formación y el Elemental. Es en este orden que el Demiurgo ha hecho Su Obra.

El hombre, como micorcosmos, ostenta la misma constitución que la Gran Obra de Creación. El hombre es el resumen, el epítome de la Creación. Así, en el hombre, estos cuatro mundos macrocósmicos tienen su correspondencia de la siguiente manera, respectivamente: el mundo divino/su Espíritu, el mundo intelectual/su Razón, el mundo psicológico/sus Emociones y el mundo físico/su Cuerpo.

Dios, la Unidad, el principio de todas las cosas, la Absoluta y Suprema Razón, Intelecto y Amor en su más grandioso estado de pureza, Infinita y Suprema Aspiración de toda inteligencia emancipada, está 'separado' de Su obra por los Velos de la Existencia Negativa, es decir, la Nada -Ein-, lo Ilimitado -Ein Soph- y la Luz Ilimitada -Ein Soph Aur-, mismos que podríamos interpretarlos como: a) la Nada en sí; b) el espacio vacío necesario para la manifestación de algo, espacio sin el que nada podría manifestarse, de acuerdo con la ley física según la cual ningún cuerpo puede ocupar el mismo espacio-tiempo de otro y c) la materia prima de esta Gran Obra.

Decimos que Dios está separado de Su Obra, meramente para indicar que Él no está confundido ni disgregado en Su Obra, sino que Él permanece íntegro, más grande que todo, más profundo, absolutamente indivisible, distinto de todo, uno en Sí mismo. "Lo que Dios es por Sí y en Sí, no le es dado al hombre conocer." Sin embargo, está en Su Obra sin estar en ella y sin separarse de Sí ni dividirse o multiplicarse, está en Su Obra, como la luz del sol en la atmósfera terrestre, como la inteligencia y el alma del escritor en sus libros. Dios está completo en todas partes sin menoscabo de Su unidad y que no se piense que de alguna manera llegue a ser material o substancial, Dios es Espíritu puro. La materia está sujeta a variación, a cambio, deviene, se divide y es multiforme -o mejor dicho, aforme, amorfa-; Dios es ultraforme; indivisible; Es, no deviene; inmutable e invariable y no es el conjunto de todos los seres.

Previo a la Creación, el espíritu de Dios 'flotaba' por sobre las aguas negras del Caos y, al ver su reflejo en ellas, se hizo la luz... Estas aguas son la Luz Ilimitada citada líneas arriba, la 'forma' de la Creación, es el reflejo del espíritu de Dios y lo que anima, lo que da vida, es el soplo divino, Su hálito es lo que da la vida.

Conocemos la constitución ternaria del hombre: Espíritu, Alma, Cuerpo; Sol, Luna, Tierra; Azufre, Mercurio, Sal; Rojo, Blanco, Negro.

Hemos visto ya -muy someramente- el primer término, el Espíritu, más o menos conocemos el tercero, el Cuerpo, veamos pues, el intermedio: el Alma, la Luna, el Mercurio, el Blanco. Y veamos de qué manera, la constitución ternaria del hombre se corresponde con los cuatro mundos de la Gran Obra de Creación.

La Luz Ilimitada, por sí misma, es completamente pasiva -misma raíz etimológica que pasión-, dúctil y maleable, adopta como barro fresco la forma que se le antoja al artesano. Por sí misma no tiene forma ni orden. Es inerte, sirve tanto a los buenos como a los malos fines.

Esta luz es la 'substancia' de que está hecha el alma -es también la "materia de los sueños"-, ya habíamos dicho que esta luz es la materia prima de la Gran Obra de Creación.

Recibe el nombre de alma en cuanto el soplo divino ha actuado sobre ella y queda fijada en un ser, sirviendo de 'enlace' entre ambos polos de la existencia, es decir, Espíritu y materia.

Ahora bien, el alma, como vemos, participa de dos naturalezas, una activa/positiva y otra negativa/pasiva. Este hecho ha provocado que el alma tenga por símbolo al mercurio, de naturaleza andrógina, tan pronto atraído por el espíritu/azufre como cautivado/cautivo por el cuerpo/materia/sal, generando esta alternancia, en el hombre, estados de conciencia que van desde la plena inmersión en la corriente instintivo-emocional, hasta la abstracción intelectual y el pleno arrobamiento celestial.

Vemos como de esta manera, la constitución ternaria del hombre -misma que la de toda la Creación en Sí- se resuelve en los cuatro mundos que nos marca la Tradición, a través de un elemento dual -el alma/mercurio- que abarca los dos mundos centrales -intermedios- de la Gran Obra de Creación.

Veamos ahora algo respecto a la función/evolución del alma.

En primer lugar, es necsario advertir que el alma participa -en un nivel más general y amplio- de los cuatro mundos de la Creación. Ya vimos como participa de los mundos centrales, en cuanto a los otros dos, recordemos que ya dijimos que sirve de 'enlace' entre Espíritu y materia, los dos polos de la existencia que vemos interactuando al principio de la Creación, el uno dando vida a su reflejo y el otro reflejando a su principio de vida, mediando un hálito entre ambos.

De esta forma, el alma, inmersa en el mundo sensible y emocional, se asemeja a la confusión de lo húmedo y lo seco en el tercer día de la Creación, confusión que constituye a la materia prima de nuestra obra. Ésta es la putrefactio. En este estado, el alma debe volverse consciente del mismo y sumergirse aún más en él para desprender de sí las ligaduras que a manera de cortezas, costras, osificaciones o coágulos, impiden la libre actuación del principio representado por el azufre. Como ya sabemos, este proceso se simboliza con el color negro.

Posteriormente a esto, el alma adquiere un estado de pureza que le da aptitud para recibir y resonar las emanaciones del mundo espiritual. En este estado, como ya sabemos, el alma se simboliza por medio del color blanco. En este estado es apta para recibir y esta condición la puede llevar, por medio del trabajo, a identificarse plenamente con el Espíritu Divino que lo anima. Situación ésta, que habrá de producirse en la última etapa de nuestra obra a través de un elemento ya conocido con anterioridad, el cual no es sino una amalgama de azufre y mercurio, es decir, el emblema del alma que ha vuelto su vista y por ende, sus aspiraciones, al principio creador que se manifiesta en el hombre como el predominio de la razón sobre la pasión, predominio que habrá de llevarle a la realización del magisterio del sol y a la conclusión de su obra.

Finalmente, podemos verter todo lo anterior en esta analogía: la luna refleja hacia la tierra, durante la noche, la luz que recibe del sol.

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